Cuando mi hermana tuvo un hijo
no sabíamos qué tendría.
El crecimiento de la cifra de la superpoblación mundial,
un nuevo consumidor en el mercado,
o un agente de polución ambiental.
No sabíamos si mi hermana lo tenía
como una artista dispuesta a lo nuevo,
o como una perra resignada al trabajo de parto
que ofrece la cría al amo del Estado.
Cuando mi hermana tuvo una criatura
no sabíamos si traía
mano de obra desocupada.
Un obrero más sin autonomía
(mano de obra no calificada).
Y le pusieron Agustín en el Registro Civil.
Porque los pobres merecen el nombre
de sus Césares paganos y
de sus Santos patrones.
Y casi no teníamos nada para él
-tan nuevo y tan inempeable-.
Sólo teníamos para ese hijo
la bienvenida al mundo del trabajo.
Bienvenido –le decíamos-.
Bienvenido a las clases y a las calificaciones.
Bienvenido a los automóviles usados que repararás
en el taller, como tu linaje de mecánicos.
Bienvenido a la destrucción del Amazonas
y al Discovery Channel.
Bienvenido a la clase obrera.
domingo, julio 19
A. Schettini, "El heredero"
(en La guerra civil, Buenos Aires: Norma, 2000)