Restaría pensar las condiciones de producción de un discurso musical y metamusical como el de los noventa. Cómo se puede articular y depurar este en relación con las transformaciones de la economía a nivel mundial, la explosión del marketing y el ordenamiento de las series dentro de cada subgénero, la disponibilidad inmediata y en dos formatos de (casi) cualquier obra. Cuáles son los gestos culturales (que atravesaron toda la mitad del siglo veinte) con los que estas recientes formas de creación musical se componen o descomponen: la mirada del camp, el fantasma del kitsch y los corporeidades de la (micro)política. Dónde quedaría la función de la crítica, el buen gusto y las plataformas estéticas frente a una década que desplaza antiguos modos de lectura, de escucha, y de vida. Y además, qué movimientos intentan las antiguas divinidades de la música popular, figuras hoy gerontólogicas, enfrentadas al quiebre entre un pasado de "liberaciones" y exploraciones de nuevas formas, y un presente plagado de repliegues en cada espacio programado por el tablero de la mercadotecnia y el confort, a los que se suman, con poca resistencia, los pedazos de materia, piezas de museo, de tiempos brillantes. Al igual que sus tradiciones anteriores, el pop logra glosar una profusa y poco coherente herencia de imágenes y sonidos, el amor por el glitter del setenta, pero también los melodramas televisivos y los ritos domésticos del sexo. O como decían los graffitis del Mayo Francés, 'la vida está en otra parte'.
domingo, febrero 22
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