Llegué cuando se hizo de noche al departamento de D. Les hablé a las gatas, que estaban solas desde hacía una semana, y pedí comida. En un mensaje de texto lleno de interrogaciones le comenté a mi amiga que ellas estaban bien, que cuándo volvía de la otra costa del Río. Forcejeé con la puerta de abajo (siempre forcejeo con la puerta de abajo) para pagarle al chico del delivery. Adelanté varias partes de la última película de Tarantino para que coincidiera con el tiempo que me demoró cenar. Me tiré en la cama y no paré de toser y estornudar. Tosí y estornudé porque el clima cambió. Las gatas perseguían eso que se movía bajo las sábanas y lo mordían. Las acaricié antes de cerrar, porque decidí irme y no morir de un broncoespasmo en un ph de Boedo. Intercambié unos mensajes con J. mientras volvía en un 41 lleno de personas que necesitaban salir un sábado. J. me hablaba de su reunión de compañeros ricos, de Wisin y Yandel, del alcohol como modo último de la supervivencia y por dentro, me enteré después, se preguntaba qué hacía yo en Boedo. Me tomé un té y me quedé dormido con el televisor prendido. Supongo que este frío es lo mejor que nos podía pasar.