No quiero hablar con el culpable que confunde vivir con huir, esconderse, <<protegerse>> de lo que ama (y de lo que lo ama). Quiero hablar (porque lo conozco, porque me conmueve, porque está antes que todo) con el inocente que a los siete años (tenías siete, ¿no?) iluminaba las tardes con su curiosidad y se cubría de polvo los zapatos. Si todavía vive, si está todavia en algún lado (y yo creo que sí, que está), que golpee tres veces esta foto y yo le voy a abrir la puerta.
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