La terminal de Buquebus, como su vecina Retiro (los micros están en los suburbios, baby) es mucha gente desquiciada, niños que gritan y corren y vuelven a gritar, mujeres viejas admirando las maravillas de la navegación moderna y ante todo un amplio arsenal de boys&girls que ya lucen sus atuendos horrorosamente a la moda con los que podrán ir de la playa al boliche sin escalas. Todos éstos, niños, viejas, teens, más todos los adultos acompañantes se dan en cita en ese reducto espantoso llamado freeshop. Allí los impuestos descienden a cero (igual que sus sedientas billeteras) desde el momento en que el buque atraviesa "aguas internacionales", algo así como el Triángulo de las Bermudas del consumo. El freeshop es un shopping a bordo que no supera los cuarenta metros cuadrados, repletos todos de perfumes, cremas, chocolates, vinos, ipods y otros artículos que a nadie se le ocurriría comprar.
Lo peor, el castigo final, consiste en esperar, cagados de calor, desesperados, por el bolso. Mirar como avanzan y avanzan decenas de valijas, carritos, sombrillas, (alguien trajo un violín?) hasta que veo la mía y miro con cara de sospechoso a cualquiera que intente meterle las manos encima.
sábado, febrero 2
Como en el Titanic
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1 notas al pie:
jajaja odio viajar en buquebús pero no por lo que contás sino porque me mareo mucho. MUCHO.
digamos, estoy segura de que lo que dijiste no está para nada errado, pero las náuseas que me agarran opacan cualquier tipo de apreciación.
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