domingo, julio 19

Cuando mi hermana tuvo un hijo
no sabíamos qué tendría.
El crecimiento de la cifra de la superpoblación mundial,
un nuevo consumidor en el mercado,
o un agente de polución ambiental.
No sabíamos si mi hermana lo tenía
como una artista dispuesta a lo nuevo,
o como una perra resignada al trabajo de parto
que ofrece la cría al amo del Estado.
Cuando mi hermana tuvo una criatura
no sabíamos si traía
mano de obra desocupada.
Un obrero más sin autonomía
(mano de obra no calificada).

Y le pusieron Agustín en el Registro Civil.
Porque los pobres merecen el nombre
de sus Césares paganos y
de sus Santos patrones.

Y casi no teníamos nada para él
-tan nuevo y tan inempeable-.
Sólo teníamos para ese hijo
la bienvenida al mundo del trabajo.

Bienvenido –le decíamos-.
Bienvenido a las clases y a las calificaciones.
Bienvenido a los automóviles usados que repararás
en el taller, como tu linaje de mecánicos.
Bienvenido a la destrucción del Amazonas
y al Discovery Channel.
Bienvenido a la clase obrera.

A. Schettini, "El heredero"
(en La guerra civil, Buenos Aires: Norma, 2000)

martes, julio 14

la Generación perdida

Si nuestras genealogías inmediatas hubieran sabido que el grueso de nuestras prácticas iban a estar justificadas en nombre de lo vintage, habrían puesto en cuestión esto de la «reproducción».

sábado, julio 11

need for speed

Quiero una moto. No, nada de fetiches. No conozco marcas ni modelos. La idea de manejar un auto me asusta. La bicicleta se me antoja atropellable y primaveral en exceso.
Quiero una moto que me lleve de mi casa a lo de Z., de mi casa a Los Polvorines, de Los Polvorines a Pwan y de Pwan a un lugar-con-parlantes.
Además, llevaría a mi abuela a pasear por la Costanera. Viento en la cara e independencia de la redes nacionales de transporte.
--
Wright Mills, sociólogo y motociclista empedernido

jueves, julio 2

el instante más mentiroso y arrogante

«llegó la mortífera peste que o por obra de los cuerpos superiores o por nuestras acciones inicuas fue enviada sobre los mortales por la justa ira de Dios para nuestra corrección que había comenzado algunos años antes en las partes orientales privándolas de gran cantidad de vivientes, y, continuándose sin descanso de un lugar en otro, se había extendido miserablemente a Occidente.»

Giovanni Boccaccio, Decamerón